Candidaturas y presagios de goleadas aparte. La Selección Argentina perdió como se debe perder en una final, apretando los dientes en un encuentro a cara de perro donde le tocó jugar ante el favorito del Mundial, el que mejor fútbol realizó, el que en base a toque-toque destruyó al dueño de casa con una goleada de escándalo (7-1) y el que, ironías aparte, sufrió incluso una posible debacle de no ser por Romero -en disparos al bulto- y por los fallos garrafales de Higuaín o el mismo Palacio.
Y es que, la Argentina de Sabella llegó con lo justo a la gran final, hizo los deberes como buen cumplidor alumno pero eso y nada más, la nota sobresaliente no llegó, sino hasta el último vagón del torneo, donde tuvo que magnificar los pocos recursos y mantener el equilibrio entre una sólida defensa, un limitado mediocampo y una delantera que quedó a deber. Alemania en cambio, rebosante de júbilo, entre camino de espinas y de rosas, logró llegar sobrado, físicamente entero, y con la fortaleza mental y psicológica que sólo los teutones labran desde la cuna, nacidos para ganar, nacidos para triunfar, con una claridad enorme de juego y la sensación de saberse superiores a cualquier otra selección durante todo este Mundial, claro está, con sufrimiento en algunos tramos gracias al victimismo de su propia confianza.
Así las cosas, a Messi le faltaron socios, y eso que el diez, jugó en una posición incómoda, lejos de su libertad táctica que mejor se le da, partiendo del mediocampo con balón y abriendo los espacios para que entre Lavezzi o Higuaín encontraran un hueco entre la muy bien forjada defensa alemana. Pero balón al piso, Alemania la tenía mejor y más clara, posesión al máximo y fuerza en cada entrega, los de Löw disfrutaron plácidamente del traslado seguro del cuero, mientras, los sudamericanos se mantenían en bloque, a la caza, al robo del balón y emprender la guinda para sorprender a una adelantada defensa alemana. El guión escrito, dio paso a las emociones, balón perdido en la salida alemana que le cayó como pan del cielo al “pipita”, que al sentirse acechado definió antes y sin certeza, su balón, ancho, se atragantó en el camino y fue más un susto y una clara ocasión de gol malograda.
Los teutones probaron suerte pero Romero como con un imán en sus guantes tapó todo lo que tuvo que tapar, desde fuera y desde cerca, el arquero argentino se llevó las palmas y los elogios, un perfecto Mundial para un muy criticado arquero en la previa, pero que se ganó a pulso el reconocimiento por sus grandes actuaciones. Alemania se encontró con un rival superior a Brasil, a pesar de sus coordinados trazos y de manejo del esférico no encontraba espacios, se le notaba incómodo y en su juego no terminaba de cuajar la idea del técnico intentando achicar la cancha para hacer valer la posesión en terreno contrario.
Poco se puede decir del arbitraje, malo para ambos lados, pero permisivo cuando el hacha salió a cortar piernas. Pésimo el arbitraje del italiano, Neuer estuvo a punto de dejar sin cabeza a Higuaín adentro del área, penal de libro, pero Rizzoli vio lo opuesto.
Argentina continuó con su guión ante la impotencia alemana, que tenía el balón pero sin consecuencias, Sabella le ganó tácticamente a Löw, le cerró los espacios, le puso gacelas en las bandas de sus atacantes, pero le faltó peso, demasiado quizá para estas instancias, mediocampo estéril con más lucha que creación, y con un ataque sin Di María, quizá el socio ideal para Messi en velocidad, cómo se le extrañó al “fideo”. Lavezzi, el mejor del primer tiempo abandonó su sitio para dar paso al Kun, que entró a restar y dividir en vez de sumar y multiplicar, nefasto lo de Agüero, llegó al Mundial pero no estuvo, tampoco tuvo su redención en la final, no se encontró nunca en la cancha y perdió cada balón fácilmente, tampoco se encontró Messi, que vino de más a menos en el Mundial, Argentina era más corazón que ideas, pero en lo táctico hizo su encuentro. Palacio también la tuvo, la que valía un título, pero al igual que Higuaín, falló lo imperdonable.
Como debía ser, un error, el único del encuentro, el que le costó el Mundial, una galopada de Schürrle encontró a Götze que le puso la almohada en el pecho y como a sabiendas que un sólo tanto definiría la historia, batió a Romero y el Maracaná estalló. Para esto juegan los alemanes, para ganar, para celebrar títulos. El del Bayern enmudeció a la albiceleste, era el gol que sellaba la historia, Argentina no daba para más, el empate era una utopía, demasiado castigo para el amor argentino, pero justo con el fútbol que Alemania puso en este Mundial.
Alemania dejó sin la gloria a Argentina nuevamente y bordó en su pecho la cuarta estrella Mundial de su historia. Argentina, regresa a casa como héroes, aunque sin corona, pero con orgullo, ese que dejaron en el Maracaná el día que pusieron contra las cuerdas al favorito.
La historia se reescribe y da paso a un seleccionado alemán que dejó la fuerza por la genialidad de la técnica con el balón, eso que para los románticos del fútbol es poesía dibujada sobre un campo de fútbol. Alemania es un justo y merecido campeón, la primera selección en triunfar en América.