(EFE).-El Real Madrid reconquistó el trono europeo agarrado a la épica, la que le permitió igualar una final en el minuto 93 que tenía perdida y la que le dirigió hasta la décima en la prórroga, con goles en el tiempo extra de Gareth Bale, Marcelo y Cristiano Ronaldo, en el final más cruel para el Atlético.
Fue un derbi con muchísima más emoción que fútbol, pero con todas las dosis de esos partidos apasionantes, de esos encuentros que, más allá del juego, desbordan las emociones por cómo se desarrolla, porque se convierten en un ejercicio de aguante físico para los futbolistas a estas alturas de la temporada, ya sin aire ni fuerzas.
Y porque todo cambia en el momento más imprevisto. El Atlético tocó la Copa de Europa casi una hora, con un gol de Diego Godin, en un fallo en la salida de Casillas, hasta el minuto 93, cuando se cumplía el tercero de los cinco de añadido, el Real Madrid sentía que era su última ocasión y Ramos forzó la prórroga de cabeza, un gol que levantó al conjunto blanco para ser campeón después.
Todo en un partido calculado desde la pizarra y la vigilancia entre ambos, más preparados para el contragolpe. Esa es la fórmula con la que mejor explotan sus recursos ofensivos, en esa velocidad de la contra, en ese ritmo trepidante hacia la portería contraria, sin pausa, con toques rápidos y fútbol directo.
Desde el inicio, ni el conjunto blanco quería contraataques del Atlético ni viceversa. En esa idea, en esa convicción de anular al oponente para vencer, se movió el encuentro durante muchos minutos, todo condensado en mínimos detalles, tan decisivos en un duelo de tanta transcendencia entre dos de los mejores conjuntos de Europa.
La defensa por encima del ataque sin distracciones. Por eso, al Atlético no le importó que un intrascendente Khedira, la apuesta de Ancelotti por delante de Illarramendi para suplir a Xabi Alonso, jugase con la pelota, por eso el Real Madrid tampoco le dio transcendencia a la posesión del conjunto rojiblanco y por eso el partido completó la primera media hora con un fútbol inexpresivo.
El ‘milagro’ Diego Costa, aún renqueante para el once, duró nueve minutos, porque el partido le reclamó mucho más de lo que podía dar su músculo bíceps femoral, dañado desde hace un par de semanas; no apareció Cristiano Ronaldo en el primer tiempo, salvo para lanzar una falta centrada; y Bale malgastó una ocasión difícil de fallar.
Un error en la entrega de Tiago lo aprovechó el galés para correr, correr y correr, inalcanzable para sus defensores, pero ineficaz en el remate a la media hora, con un zurdazo fuera. Si el Real Madrid vivía del fallo del rival, el equipo rojiblanco no fue menos. Y en eso pocos bloques son más contundentes que el Atlético.
Es un especialista el grupo dirigido por Diego Simeone. No concede nada a su adversario, pero tampoco pasa por alto una concesión de su oponente. Lo demostró en el 0-1. Iker Casillas salió con tanta decisión en un balón llovido como dudó después a medio camino. Ni despejó ni reculó. Por ahí, Godín cabeceó por encima.
El 0-1, en el minuto 35, exigió al Real Madrid para la segunda parte, en la misma medida que reforzó al Atlético, ya con un 4-1-4-1 sobre el terreno de juego, con esa estructura colectiva que bloquea a sus contrincantes, alterada por un minuto, en el 55, con tres remates de Cristiano: de falta, en un rechace y de cabeza.
Una amenaza para el Atlético, la reactivación del Real Madrid, que se agarraba a las carreras de Di María, el que más claro lo tenía todo en el conjunto blanco, y un partido en tensión, con mejores sensaciones por momentos para el equipo de Simeone, por momentos para el conjunto de Ancelotti y con un Gabi enorme.
Creció ofensivamente el equipo madridista con los cambios de Marcelo por Coentrao e Isco por Khedira, por ambición y por juego en esa lucha contra el reloj y la solvencia en la retaguardia rojiblanca, ya mucho más atrás. Las tuvo Bale, con un tiro desviado y con otro contragolpe que definió horrible. Y defendió con todo el Atlético hasta el minuto 93, cuando Sergio Ramos empató de cabeza.
Un mazazo para el Atlético. Ya tocaba la Copa de Europa. Era suya hasta ese testarazo. Y ahora debía volver a ganarla en 30 minutos o en los penaltis. Pero apareció Di María, paró Courtois y remató Bale, en el minuto 110, el final más cruel para el club rojiblanco y más feliz para un Real Madrid que ya tiene su décima Copa de Europa, sentenciada con un gol de Marcelo y otro de Cristiano de penalti.