Más irregular que esperanzadora. Así ha sido toda la temporada del Barça desde sus inicios, con muchas ilusiones por conseguir títulos, al menos tres, como cada año, tras la consecución del triplete en el 2009.
Aunque en las últimas temporadas, el hito no ha sido posible, si ha tenido frente a sí, el duro reto de mantener el nivel exponencial para vencer la irregularidad propia y mantener el hambre de victorias, esa que según muchos, poco a poco se pierde cuando la excelencia llega a ser habitual.
Quedar eliminado en Champions y perder el ritmo de victorias en una liga que se antoja complicada, con un Atlético que va a ritmo de tren y un Madrid que en la última jornada aprovechó el traspié del azulgrana, éste ha caído en un mar de dudas cuando restan por disputarse cinco fechas, en su orden, ante Athletic de Bilbao, en Villareal, contra Getafe, en Elche, y la última jornada ante el Atlético; no hace más que desesperanzar al espectador, pero principalmente, confirmar, que los síntomas mostrados hace unos meses se han convertido en una enfermedad que apunta a un terremoto cuando finalice esta temporada.
Frente a sí, está el Real Madrid, en la final de Copa, juegue o no Cristiano, es un rival de peligro, y aunque en la previa le ha derrotado dos veces en liga, el conjunto blanco a partido único es difícil de vencer, y puede aprovecharse de la convulsión reinante en el cuadro azulgrana, de las dudas de estilo y de la ausencia de fútbol en sus botas.
La temporada no la define la Copa, quizá, quedó sentenciada con la eliminación en Champions, el torneo de las máximas aspiraciones, pero perderla, significará ahondar aún más el puñal en la herida que parece sangrante y con miras a causar más daño a nivel deportivo y principalmente en la renovación de una plantilla que poco a poco comenzó a dejar de creer en su técnico, y en el peor de los casos en sí mismo.