XII

“Que suerte la de tenerte mas no así poder besarte y acariciarte bajo el silencio ingrato de la noche, más aun recordándote y sintiendo el vacío que adorna mis pensamientos, revueltos como un remolino sin fin surcando cada espacio de mi mente.
A lo lejos se escucha un eco, una voz que vaha hacia el infinito, tenebrosa y oscura, caminando sin detener bajo la locura que sembraste en mi corazón
Dulces ojos que a mi encuentro huyen y se desvanecen como las luciérnagas navegando por los bosques, bajo la luz tenue de la luna, sufriendo un hechizo mortal destinándome al olvido.
Junto al lago escribí estos versos, llenos de angustia y dolor bajo aquel árbol cuyas hojas hoy caen a mis pies llenos de vejez, palideciendo incesantemente por el suplicio que les embarga a la hora de su muerte
Incontables pasos he marcado en la arena, mis huellas hoy dibujan el camino siniestro en mi búsqueda constante de tu amor, junto a las piedras que circundan el paisaje impidiéndome ver el horizonte, al igual que todo, ya tu amor por mi es algo incierto.
El frío incesante que me acompaña me aterra al igual que cada mañana y la niebla inconsciente que vaga por el firmamento hace mucho más infame este momento.
El sonido del viento que sopla entre los árboles, el ramaje y sus hojas, me recuerdan el desamor que me embarga, la tristeza que se dibuja con gotas de lluvia que corren por mi ventana.
Abismado en mi conciencia, revoltosos brincos mi corazón anuncia, como cada noche que a mi sueño espanta, recordándome en cada suspiro mi desgracia.
Hundido en el encierro, bajo las sábanas tristes, llenas de vacío en mi lecho de espinas se dibuja una densa luz, que marca el camino para partir, para alejar de mí, el loco y estúpido sentimiento de querer tenerte en mis labios
Y con un suspiro enmarcado con lágrimas, y el corazón destrozado, mis manos lerdas sostienen tu recuerdo, mi cuerpo aún siente el calor de tu presencia, y mi rostro herido aún afanado en tu regreso”