Las selecciones de Chile y México nos regalaron, quizá, uno de los mejores encuentros de lo que lleva esta Copa, sino el mejor, con un vibrante marcador goleador de 3-3, en el que los de casa se vieron sorprendidos por la firmeza mexicana que le plantó cara al anfitrión y lo privó de encaminar su boleto a la siguiente fase.
Chilenos y mexicanos se dejaron la piel en el Nacional de Santiago, que tuvo de todo, mucha garra y lucha por cada balón que se disputaba.
Chile a lo suyo. Si algo tienen los de Sampaoli es una frialdad técnica para llegar toque a toque por el centro o abriendo las bandas y encimando por las puntas a su rival, asegurandose que tanto Alexis Sánchez, Vidal o el mismo Valdivia fueran el principio y el fin del juego local. Por pudor y por sacrificio, los de casa no podrían pedir más, su éxtasis al disputar cada balón era evidente en la lucha que impregnaron en cada jugada.
México, lavó la fea imagen que dejó ante Bolivia, donde no mostró mayor cosa y se vio poquísimo de la apuesta de los aztecas. Ahora, ante los favoritos locales dejaron luces de lo que son capaces de hacer cuando se lo proponen. Tuvieron dos veces contra el piso a los chilenos y estuvieron muy cerca, quizá demasiado, de dar la nota sobre el final del encuentro. Los de Herrera dieron un giro de 360 grados y tuvieron en la solidez defensiva – a pesar del marcador- una de sus fortalezas. No sufrieron mayor cosa, y aguantaron cuando debieron para mantenerse a flote y terminar con un empate que le favorece más a los locales que a los mexicanos.
México sacó provecho de la necesidad y de las urgencias locales por plantarse como serio favorito, más que por una obligación, los locales tuvieron que sufrir en sus líneas para no caer ante una sorpresa. México distribuyó y planteó el encuentro a retener, defender, recuperar y atacar velozmente cual filoso cuchillo que parecía que abría poco a poco la herida chilena, que se replegaba y multiplicaba para evitar una tragedia.
Así las cosas, el empate final fue justo y meritorio para ambos, digno del espectáculo y de lo que aquí se juega. Y es que, en el fútbol sudamericano prevalecerá siempre la garra y la entrega, el dinamismo entre ambos y la guerra sin tregua para agenciarse la victoria, esa que se quedó en un querer y un no poder para ambas selecciones.