Ni el mismo Milan o el Liverpool pudieron haber soñado en el más espectacular de sus sueños una final tan apasionante y luchada como la que disputaron en Estambul, Turquía, en ocasión de hacerse con una orejona más para alargar su laureada historia.
El 25 de mayo de 2005, la Champions League, torneo por excelencia, uno de los mejores en cuanto a nivel de fútbol, espectáculo y pasión, enfrentó a uno de los mejores equipos del Milan que se recuerdan después de la era Van Basten, Rijkaard o Güllit, mientras, del lado del conjunto inglés, el favoritismo estaba claro, muy decantado en beneficio del conjunto italiano.
El Milan, dirigido en aquel entonces por Carlo Ancelotti, alineaba uno de los mejores once en aquella época, Dida en el arco, Cafú por banda derecha, Jaap Stam y Alessandro Nesta comandando el eje central y por banda izquierda uno de los mejores –si no el mejor de la historia- el capitán Paolo Maldini; en el mediocampo ostentaba uno de los mejores que se recuerdan, mezclando el talento con la marca, un creador como Pirlo, un perro de presa como Gattuso, un visionario Seedorf, y al brasileño Kaká, quien dicho sea de paso, vivió una de sus mejores épocas de su carrera en el cuadro italiano. Por si esto fuera poco, la delantera pintaba para un cuadro de ensueño, con el ucranio Andriy Shevchenko y el argentino Hernán Crespo, dos puntas de lanza que eran sinónimo de gol por aquellos años. En fin, el once de Ancelotti era un claro favorito para sumar una orejona a su amplio palmarés.
El Liverpool, por su parte, que bajo el mando del español Rafa Benítez, alineaba a Jerzy Dudek, un verdadero seguro en el arco; en defensa Steve Finnan, Jamie Carragher (en sus mejores momentos), Sami Hyypiä y Djimi Traoré. El mediocampo tampoco tenía nada que envidiarle al cuadro italiano, puesto que también combinaba el equilibrio entre la fuerza de piernas y el talento mágico para acariciar el cuero, Xabi Alonso, Luis García, una pareja española explosiva y ofensiva, con Steven Gerrard de eje, y acompañado por una de las mejores zurdas que han visto nuestros ojos pegarle como con un tubo al esférico, John Arne Riise. Adelante, Rafa optó por darle entrada a Harry Kewell acompañando a Milan Baros, el delantero checo, que se codeaba con la crema y la nata de los goleadores en esos años y era pretendido por la mayoría de equipos del viejo continente.
Tormenta italiana
El Milan asestó el primer golpe del encuentro cuando aún no transcurría el minuto de juego. Paolo Maldini, el gran capitán definió de volea dentro del área para marcar un tempranero gol que desbarató todo el esquema de Rafa Benítez. De ahí en más el incesante dominio italiano se tradujo en control total y en un constante vaivén de peligro sobre el arco de Jerzy Dudek.
Por esos años jugaba un argentino llamado Hernán Crespo, un tiro en recámara a punto de ser utilizado, un sinónimo de gol, un verdadero ariete goleador. Consolidado como el máximo goleador en la historia del Parma, aportó su cuota de gol para la causa milanista. Dos tantos suyos, uno al 39 y el tercero antes que finalizara el primer tiempo. El clavo en el ataúd, la explosión italiana, el fulminante y certero ataque para destruir y oler la sangre de su presa. El encuentro estaba encausado, el conjunto milanista se regocijaba al tener una mano en el título, la orejona iba rumbo a las vitrinas del cuadro italiano. El Liverpool aún no despertaba de su letargo.
“Nunca caminarás solo”
“You´ll never walk alone”, la melodía que suena antes de cada encuentro del Liverpool, donde Anfield grita a pulmón abierto una de las notas más emblemáticas que tiene el fútbol, la canción sin Liverpool no es canción, pero con él, es un poema. Los aficionados cantaban en el entretiempo, en el vestuario, la pizarra marcaba los cambios tácticos, pero remontarle al Milan de Pirlo, Shevchenko y Crespo, solo estaba reservado para una épica remontada, como la que estaba a punto de lograr el Liverpool.
Rafa Benítez, sabedor que necesitaban más fútbol, más ganas, más deseos pero sobre todo un poco de suerte, envió a sus hombres con la espada y el escudo a la guerra, esa que parecía perdida al término de los primeros 45 minutos.
En un punto de inflexión, Steven Gerrard, el emblema del Liverpool, envió un testarazo al fondo de la red que dejó sin opciones a Dida, era el descuento, al minuto 54. Rugió Estambul, despertaba el conjunto inglés. Un tanque de oxígeno, una luz en la oscuridad, una esperanza como vela en medio de un aguacero. Un minuto más tarde, Vladimir Smicer, ponìa de rodillas a Dida, era el 3-2. Esta vez, la olla de presión llamada Estambul, se ponía a punto de ebullición.
Nuevamente, Gerrard, barómetro de los reds, entró al área y fue derribado por Gattuso, penal. La remontada estaba servida, el Liverpool se estaba comiendo y sin respuesta al Milan que pagó carísima su exceso de confianza, mientras, el conjunto inglés olió la sangra de su presa y salió a rematarlo. Con suspenso, Xabi Alonso venció por tercera vez a Dida, su primer remate fue contenido pero en el rechazo, el español la mandó a guardar. La locura estalló en el césped y en las gradas. No hubo más, el empate prevalecería hasta el final del tiempo reglamentario.
En la prórroga, el encuentro pudo decantarse para el Milan, la tuvo Tomasson, también Shevchenko, esta última, quizá una de las más claras, Jerzy Dudek se la sacó en la misma línea al ucraniano que se quedó con el grito de gol ahogado en su garganta, el héroe polaco daba avisos de su consagración en una de las noches de gala de la Champions.
El milagro
Llegó la ruleta de los penales. Dida contra Dudek. Falló el MIlan, el desgaste físico y psicológico quizá les jugó en contra, lo perdió Serginho y anotó Hamann; falló Pirlo y acertó Cissé; marcó Tomasson y erró Riise; anotó Kaká y también Smicer. La pizarra estaba 3-2 a favor del Liverpool en la tanda de penales, llegaba el turno para Shevchenko, si lo fallaba el Liverpool era campeón, si marcaba, aún había esperanzas. El Milan lo estaba perdiendo, al filo de la navaja, lo tuvo en sus manos, lo pudo definir sin sufrir, pero se confió y ahora dependía de su artillero, de un penal para pasar de la gloria al infierno en un minuto.
El ucraniano se perfiló y disparó, flojo, desconfiado, al centro del marco, Dudek se movió pero con un reflejo felino logró meter la mano para detener el camino de gol del balón. Estambul nuevamente estalló, esta vez para ver coronarse a su equipo, el Liverpool era campeón de Europa, en una épica batalla de fútbol que quedará en los libros de historia, donde el orgullo y el coraje se impusieron a la timorata actitud del Milán para aniquilar a su rival.
El Liverpool se coronó en el milagro de Estambul, esa final vibrante que hasta estos días permanece imborrable e irrepetible.