La confirmación de un padecimiento. El Barça ha caído después de venir dando tumbos a lo largo de la temporada, en la que se ha dejado en la cancha las sensaciones de una derrota anunciada, aún y cuando, sigue vigente y en pie de lucha en los tres frentes, Liga, Copa y Champions.
El cuadro azulgrana ha caído en una zona desconocida, alejado de su juego que lo llevó al clímax del fútbol, ahora, jugando a posesión un día y a pelotazo el siguiente, sin identidad clara y sin una idea fija de a qué se juega y con las piezas de ajedrez que tampoco generan la confianza necesaria para sacar el barco adelante.
Poco se puede decir sobre el porqué de un equipo que se dejó gran parte de liga en el Zorrilla al caer derrotado sin siquiera dar la sensación de poder revertir su actitud, pues la aptitud está inherente en cada jugador, pero lo que demostraron en la cancha, sin intensidad, sin ideas, sin fútbol, y con la pasmosa y vulgar actitud de haber perdido el hambre, una de las más claras alarmas que se ha venido dando en los últimos meses, pero que a día de hoy no se encuentra ni la solución, ni el medio para evitarlo.
El Barça se ha convertido en un equipo del montón, que en cada salida su capacidad para dejarse puntos es cuestión de esperar y tan sólo muestra su fortaleza cuando juega en casa, así las cosas esto no pinta nada bien de aquí a final de temporada, cuando aún falta por visitar el Bernabeu y el Calderón, el panorama no podría tener más interrogantes como hasta antes de esta derrota.
Los síntomas de un traumático fin de temporada -como la anterior- vuelven a ser la referencia y es cuestión de esperar qué nos deparan los encuentros que se vienen. Sin intención de buscar culpables de su mal rendimiento, el Barça no carbura, ni individual ni colectivamente, ni en juego, tampoco en defensa, mucho menos en el mediocampo, y el frente de ataque, siguen quedando a deber. Un equipo endeble, previsible y sencillamente, alejado siquiera de las ganas de ganar que hasta hace muchos meses aún existía.