Este martes, mientras veía por la TV el encuentro de clasificación entre Costa Rica y México, no pude dejar de sentir cierta rabia e impotencia al ver que nuestros hermanos Centroamericanos, se estaban dejando la piel en el terreno de juego. Estadio lleno, ambiente mágico, la afición volcada con su selección. ¿Cuántas veces vivimos esas mismas emociones en el Estadio Cuscatlán? ¿Cuántas veces estuvimos ahí, empujando y alentando a la Selecta para conseguir la victoria, así fuera amistoso o encuentro oficial?
No puedo describir la sensación de orgullo que me generó la forma como los ticos plantearon el encuentro y dejaron en evidencia todas las carencias futbolísticas de México. Imagino la emoción de la afición con cada ocasión de peligro, con cada triangulación y cada regate. El fútbol emociona, y a mí en lo particular, me gusta verlo y disfrutarlo, así sea, que esté viendo un partido entre niños en mi colonia, da lo mismo, fútbol es fútbol.
Por un momento imaginé que la Selecta disputaba este encuentro en el Cusca, que estábamos luchando por nuestro boleto al Mundial, ese que se nos ha negado durante tanto tiempo. Tampoco pude evitar sentir tristeza al recordar esa noche trágica, cuando perdimos 0-1 ante Costa Rica y con esto, nuestras esperanzas de clasificar a la Hexagonal quedaron destrozadas en las gradas de nuestro templo de fútbol.
Para los ticos esa victoria fue tan importante que de haber perdido aquí en el Cusca, ahora estarían fuera, pero no fue así. Para nosotros, ahora, ni Selección Mayor tenemos para apoyar en amistosos, ni en partidos oficiales, y todo gracias a los que un día decidieron cambiar nuestra camiseta por unas monedas. Todo por el maldito dinero.
Nuestra Selecta pudo haber sido Costa Rica. Gracias…