De repente, la Selección Brasileña se acordó del bien llamado “jogo bonito”, sacó del baúl escondido hace unos años el fútbol alegre que le ha hecho ser pentacampeona del Mundo, y aunque su fútbol no ha sido excelsamente vistoso ni alegre, le sirvió para adormecer a una selección Española, cansada físicamente, con piernas de madera y con cero ideas para contrarrestar el planteamiento táctico que Scolari les puso enfrente.
Brasil fué un rodillo en el Maracaná, ante su “torcida” con el afán de mostrar al mundo que su fútbol no se ha perdido, que aunque esta selección jugaba a casi nada en los partidos previos, en la final llegó enchufada y con deseos de adornar aún más su palmarés ganando la Copa Confederaciones en su propia casa, ante los vigentes campeones Europeos y del Mundo. Fué mucho Brasil para tan poco España.
Fue la noche brasileña, que campó a sus anchas por toda la cancha arrinconando a los españoles contra su marco, ofreciendoles el sabor dulce de posesionarse del balón en campo contrario, para con la rapidez de un rayo, robar y ejecutar el contragolpe letal con Neymar como catapulta, entre Arbeloa, Piqué y Ramos no pudieron contra el nuevo crack que fichó el Barca, pero es que en realidad los jugadores locales no solo estuvieron más finos, si no también mucho más distendidos, sabedores que la confianza previa al encuentro les ponía unos escalones por encima de sus rivales. Brasil se sintió vencedor desde que salió de su camerino, Scolari le ganó la partida táctica a Del Bosque, y en la cancha táctica y posicionalmente los jugadores brasileños tuvieron más ímpetu y los galones necesarios para quedarse con la Copa en casa.
Brasil ha vuelto, pero es que seguramente nunca se fue, sólamente estuvo ahí, rearmandose y esperando el momento para desplegar su fútbol y su magia, hoy más que nunca es segura candidata para el próximo Mundial, mientras que a España solamente le resta aplaudir a su rival y mejorar en un año los errores que lo llevaron a la derrota.